Hay libros que venden consejos de pandereta como si fueran la verdad, que catalogan el fluir como el cúlmen de la felicidad. Como si nuestra capacidad de decisión fuera tan nimia que no hiciera falta. Como si el rol del luchador careciera de importancia, como si doblar las hebras que tejen el destino fuera ilegal. Como si ser débil tuviera premio.
Como si un genio hubiera delimitado una forma mágica para todo, como si me hurgaran en el corazón y decidieran de qué material está hecho, como si todos pudiéramos ser catalogados con una puta etiqueta y mis decisiones fueran lo corriente. Como si los vuelcos en el alma fuesen mierda desechable de la memoria.
Nos agilipollamos y nos quedamos con esa sensación pastosa de dejar que el tiempo fluya y que discurra y, lejos de consolarnos, nos acartona.
Y es que ese fluir tan aclamado nos deja indecisamente tranquilos y, cuando estamos colgando de un hilo, totalmente insensibles, nos coge los vuelcos, y nos los roba.
domingo, 11 de febrero de 2018
domingo, 4 de febrero de 2018
La raíz.
Hay una raíz clavada en mi corazón con un sentimiento escrito en la savia. Una raíz que me hace llorar cuando tengo suerte, que me habla suave cuando me cuesta escuchar, que hace que vibre, una raíz increíble que me mantiene firme. Firmemente sensible.
Una raíz que me revuelca por dentro cuando no siento nada, que suena a balada de Andrés Suárez, que me acerca a las distancias más lejanas, que me revuelve por dentro, que me aprieta el estómago, que me aleja del cinismo y de la psicopatía y de la razón más aún cuando la tengo.
Una raíz que nunca será árbol, que nunca será acto ni habrá ciencia que la domine ni explique.
Una raíz que es pura y eterna potencia.
Por ser esperanza que aprieta y que se encarga de evitar que mi corazón claudique.
Una raíz que nunca será árbol. Una eterna potencia agarrada a mi sensación.
Una raíz que me revuelca por dentro cuando no siento nada, que suena a balada de Andrés Suárez, que me acerca a las distancias más lejanas, que me revuelve por dentro, que me aprieta el estómago, que me aleja del cinismo y de la psicopatía y de la razón más aún cuando la tengo.
Una raíz que nunca será árbol, que nunca será acto ni habrá ciencia que la domine ni explique.
Una raíz que es pura y eterna potencia.
Por ser esperanza que aprieta y que se encarga de evitar que mi corazón claudique.
Una raíz que nunca será árbol. Una eterna potencia agarrada a mi sensación.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)